Hay ganas que no me hacen
sosegar;
Me dan de beber un vino
cálido
Que hace mi cerebro
desvariar;
El corazón, por su parte,
se deja acelerar.
En desesperación, ellos
se miran...
Y más que un precioso
pedido,
El deseo a mi alma obliga
Someterme a sus designios:
El tesoro y su placer, que
acepto con ahínco.
(Leandro Monteiro)
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